jueves, 6 de marzo de 2014

DISPARATE DIGITAL

                Aprovechando la celebración de la feria de la educación AULA, el Diario El País publicó un suplemento especial.  En el interior aparece una entrevista al británico Nik Peachey, formador de profesores que se encontraba en Madrid para participar en un seminario sobre nuevas tecnologías aplicadas a la educación.  La entrevista no tiene desperdicio porque se trata de un disparate detrás de otro.  Lo que resulta de todo punto incomprensible es que sus afirmaciones tengan cabida en un seminario o que esta persona pueda considerarse un formador de profesores.

                Lo primero que llama la atención es que el texto afirma que el señor Peachey comenzó a mostrar su entusiasmo por las nuevas tecnologías en la época en que era un mal estudiante y cuya formación se produjo mediante un ciclo online, sin duda mala situación de partida para alguien que pretende formar a profesionales con titulación superior.

                Comenta el entrevistado que “cuando los estudiantes entran en una clase con sus teléfonos inteligentes y sus iPads, el profesor no es capaz de captar su atención cuando habla.  Se les pide que los apaguen […]”.  No sé si este hombre ha entrado alguna vez en alguna clase o, si en caso de haberlo hacho, tal experiencia fue con más de cinco alumnos y menores de dieciséis años.  La utilización de los medios digitales es provechosa, incluso la de sus propios medios pero la presencia de teléfonos móviles es un enorme riesgo.  Recientemente hemos sufrido desagradables experiencias relacionadas con el mal uso de estos aparatos que son capaces de realizar multitud de tareas y que un profesor con treinta alumnos en clase es incapaz de controlar.

                Ante la insistencia del entrevistador para que muestre la importancia de la introducción de la tecnología en el aula, su respuesta es: “Sí, creo que debemos dejar de usar papel y empezar a manejar formatos digitales […]”.  Cierto es que la ausencia de medios digitales o audiovisuales en cualquier aula hoy día es algo ciertamente bochornoso, pero de ahí a eliminar el papel hay un trecho bastante grande.  Tal vez podríamos hacer una pira con todos los libros de que dispongamos y así mostrarles de forma muy práctica en nuestras clases de Historia en qué consistían algunos de los mecanismos de la Inquisición o del régimen Nazi; también sería muy útil para introducirles en las desgracias de Alonso Quijano en las clases de Literatura.

                Continuando en esta línea, cita a Platón y a Sócrates, que se mostraban contrarios a la utilización del libro puesto que acabaría con la capacidad de interacción.  Cierto.  Lo que ocurre es que hay varias maneras de alcanzar esa capacidad y la digital es solo una de ellas.  El conocimiento y la sabiduría del profesor, junto a su habilidad para dirigir una clase participativa es una estrategia mucho más útil y, por supuesto, también deja al libro como instrumento complementario.  Pero no lo desecha.

                Pero el verdadero grado de disparate se acentúa cuando habla de sus propias experiencias con los medios tecnológicos.  No tiene reparos y parece muy orgulloso cuando afirma lo siguiente: “Yo estoy muy apegado a mi móvil, no salgo de casa sin él, suelo viajar mucho y me quedo en hoteles.  Si me despierto en mitad de la noche preguntándome dónde estoy, ahora también me pregunto dónde está mi iPad, porque siempre lo llevo cerca de mí.  Para mi hija de 15 años es igual, lleva su teléfono a todas partes”.  Y después: “A veces me comunico más con mi hija a través de Facebook que si estoy con ella en la misma habitación. […] Dicho esto, sigo hablando con mi hija a veces”.  Recientemente, vi un sketch de humor en el que un profesor le comentaba al padre de un alumno que las cosas no marchaban por buen camino puesto que el chico se estaba “analogizando”, ante lo que el padre puso el grito en el cielo y fue a hablar con el chaval para solucionar el problema.  El señor Peachey debió creer que aquello era un documental divulgativo.

                Y más aún: “He visto fotografías de una familia en una habitación, cada uno con un iPad o un teléfono inteligente, y todos sentados mirando sus pantallas, y ninguno se habla, pero lo que está pasando en esa habitación es mucho más complejo.  Si cinco personas están en una habitación viendo un programa de televisión, pasivas, no están interactuando entre ellos.  Pero si ese grupo de gente está mirando sus tabletas, pueden estar viendo cosas diferentes y contándoselas entre ellos a través de Faccebook, o a sus amigos de otros países, hay mucha comunicación en esa habitación porque dentro de ella está el mundo entero, no solo cuatro personas viendo la televisión, y eso es bueno”.  Creo que somos muchos los que venimos luchando por conseguir que las nuevas generaciones aprendan los beneficios de la conversación, de la no interrupción, de la presencia humana, de las muestras de afecto.  Es posible que al señor Peachey su tableta la haga caricias y le bese en la mejilla.

                También comenta otras cosas con las que no estoy en absoluto de acuerdo, como que “los estudiantes saben más de tecnología que los profesores”.  Especialmente, saben más de tecnología que los profesores de Tecnología o de Informática.  O que “los padres pueden leer libros con sus hijos en el iPad […] desde una edad muy temprana”.  Aún cuando puede ser una nueva herramienta de utilidad, al niño hay que introducirle en el placer de manosear un libro, pasar sus páginas, apreciar su olor, ir a la biblioteca, descubrir ejemplares de segunda mano, etc.

                Por desgracia, habrá muchos que creerán que son tan progresistas que abrazarán las ideas de este pobre señor.  Pobre, pobrecillo.