domingo, 4 de noviembre de 2012

El profesor como referencia: 2. actuar con justicia


Si lo intentamos nos daremos cuenta: sí, somos referencia para los alumnos:

  El profesor de enseñanza secundaria no debe ser un mero transmisor de conocimientos.  En los tiempos que corren (y también en otros anteriores, aunque quizás las particularidades del mundo actual lo muestran con mayor urgencia) el profesor necesita hacerse un hueco en un lugar más amplio.  Los estudiantes están bastante necesitados de referencias porque las que creen haber encontrado no son verdaderamente útiles en su vida.  Les resulta difícil encontrar caminos y piensan que todo lo que ven a su alrededor y que su percepción al respecto son las únicas realidades existentes.  Sin embargo, parte de la magia de nuestra profesión consiste en mostrar esas vías que no conocen, no tanto porque no las hayan transitado como porque desconocen su existencia.  Nosotros tenemos más conocimientos pero también más experiencias y una amplitud de perspectivas que podemos ofrecer.  Sin duda, ellos lo agradecerán.

Actuar con justicia


            Con frecuencia nos quejamos de lo injustas que son muchas situaciones en nuestra vida cotidiana, valoramos negativamente a los responsables porque no han actuado conforme a nuestros criterios morales.  Sin embargo, merece la pena destacar la dificultad que tiene el hecho en sí de asumir responsabilidades y de liderar grupos.  Algunas consideraciones merecen ser tenidas en cuenta: 

La primera es de corte reflexivo: si aquello no está bien, debemos responder claramente a la cuestión de cómo debería haberse hecho entonces.  A veces parece fácil encontrar una respuesta, pero hay que tener en cuenta que cualquier decisión puede perjudicar a alguien que, a su vez, mostrará su descontento y considerará que aquella decisión ha sido injusta.  Así pues, será conveniente reflexionar muy bien respecto a todas aquellas decisiones que vayamos a tomar y que afecten al desarrollo general del curso.  De este modo, evitaremos disgustos porque, si alguien no está conforme, solo habrá que recordarle cómo son las cosas y, si sigue disconforme, el problema lo tendrá él.  En cuanto a las decisiones puntuales, habrá que evitar, en la medida de lo posible, tomarlas en caliente para actuar con el rigor que la situación merece, siempre conforme al criterio que uno mismo ha establecido desde el principio.

En segundo lugar, conviene dejar claro cómo se va a proceder.  Puede ser conveniente, hacer una especie de decálogo (consensuado o no) para que todos sepan a qué atenerse.  También será conveniente explicar cómo se va a evaluar y calificar.  El rigor, en este sentido, debe ser máximo.  No puede ser que un profesor acuda a una sesión de evaluación sin tener clara la nota que le va a poner a un alumno, como tampoco cambiarla de forma improvisada o esperar a ver qué dicen los demás.  No es ético, tampoco es justo.  El alumno ha hecho unos méritos a lo largo de tres meses y nosotros hemos de ser suficientemente coherentes como para poder evaluar cada una de sus actuaciones.  En este caso, lo mejor es valorar con exactitud cada elemento evaluable con porcentajes en el global de la nota.  De este modo, los exámenes, el cuaderno, los trabajos, las tareas diarias, la actitud y comportamiento, la asistencia a clase o la participación tienen su valor y todo lo que se hace en clase tiene su correspondencia real con lo que aparece en su boletín.  Normalmente, los chicos no hacen demasiado caso a lo que se les explica en relación con los criterios de calificación.  Empiezan a preocuparse cuando se acerca el final de la evaluación y se quedan enormemente sorprendidos cuando ven que tú, efectivamente, has cumplido punto por punto con todo lo que dijiste.  Desde ese momento, ya saben a qué atenerse.  La experiencia me demuestra que un sistema justo hace a la gente más trabajadora.

En todo caso, hay que favorecer al alumno siempre que se pueda.  En caso de duda, hay que ser generoso.  El alumno lo agradecerá y trabajará más en la siguiente evaluación para demostrar que la concesión que le hiciste no fue en vano, sino que podía ser capaz de esforzarse y superarse.  Me llama la atención que, cuando ellos ven que tú has hecho todo lo que ha estado en tu mano, te digan cosas como “el próximo examen te lo apruebo”.  ¡Como si yo fuera a quien le tuvieran que aprobar!  Aprobarás el próximo examen, para ti, a mí no me tienes que aprobar nada.  Realmente, ellos son mucho más equitativos que nosotros; por eso, nos quieren corresponder.

Por último, hay que tener en cuenta la diversidad del alumnado.  No todos somos iguales, por el contrario cada uno tenemos nuestros condicionamientos.  Si alguien actúa siempre con corrección, no podemos tomar una medida punitiva el día que nos falla.  Seguramente haya algún argumento de peso detrás.  Si hablamos y tratamos de averiguar qué pasaba, encontraremos el motivo y, por tanto, el castigo será innecesario (no olvidemos que el castigo es un refuerzo negativo, y ante tal caso no existe ningún tipo de refuerzo con un castigo y sí, en cambio con el diálogo).  Cuando el alumno tiende a incumplir las normas o su actitud es más irregular, habrá que tomar medidas de forma progresiva (un parte a la primera no resuelve nada, al contrario, agrava el problema).  Primero habrá que amonestar verbalmente, después por escrito en su agenda, etc.  En todo caso, hay alumnos a los que un parte nunca les dice nada porque ya llevan varios acumulados en distintas asignaturas.  Para otros, en cambio, ante una actitud menos grave pero persistente, un parte puede ser un acicate que resuelva definitivamente el problema.

Ante estas actuaciones por nuestra parte, ganaremos mucho en su concepto de nosotros y mejorará ampliamente su actitud.  El día que las cosas salgan mal y haya que actuar es posible que te digan: “hay que ver profe, qué justo eres”.