Si lo intentamos nos daremos cuenta: sí, somos referencia para los alumnos:
El profesor de enseñanza secundaria no debe ser un mero transmisor de conocimientos. En los tiempos que corren (y también en otros anteriores, aunque quizás las particularidades del mundo actual lo muestran con mayor urgencia) el profesor necesita hacerse un hueco en un lugar más amplio. Los estudiantes están bastante necesitados de referencias porque las que creen haber encontrado no son verdaderamente útiles en su vida. Les resulta difícil encontrar caminos y piensan que todo lo que ven a su alrededor y que su percepción al respecto son las únicas realidades existentes. Sin embargo, parte de la magia de nuestra profesión consiste en mostrar esas vías que no conocen, no tanto porque no las hayan transitado como porque desconocen su existencia. Nosotros tenemos más conocimientos pero también más experiencias y una amplitud de perspectivas que podemos ofrecer. Sin duda, ellos lo agradecerán.
Actuar con justicia
Con
frecuencia nos quejamos de lo injustas que son muchas situaciones en nuestra
vida cotidiana, valoramos negativamente a los responsables porque no han
actuado conforme a nuestros criterios morales.
Sin embargo, merece la pena destacar la dificultad que tiene el hecho en
sí de asumir responsabilidades y de liderar grupos. Algunas consideraciones merecen ser tenidas
en cuenta:
La primera es de corte reflexivo: si aquello no está bien, debemos
responder claramente a la cuestión de cómo debería haberse hecho entonces. A veces parece fácil encontrar una respuesta,
pero hay que tener en cuenta que cualquier decisión puede perjudicar a alguien
que, a su vez, mostrará su descontento y considerará que aquella decisión ha
sido injusta. Así pues, será conveniente
reflexionar muy bien respecto a todas aquellas decisiones que vayamos a tomar y
que afecten al desarrollo general del curso.
De este modo, evitaremos disgustos porque, si alguien no está conforme,
solo habrá que recordarle cómo son las cosas y, si sigue disconforme, el problema
lo tendrá él. En cuanto a las decisiones
puntuales, habrá que evitar, en la medida de lo posible, tomarlas en caliente
para actuar con el rigor que la situación merece, siempre conforme al criterio
que uno mismo ha establecido desde el principio.
En segundo lugar, conviene dejar claro cómo se va a
proceder. Puede ser conveniente, hacer
una especie de decálogo (consensuado o no) para que todos sepan a qué
atenerse. También será conveniente
explicar cómo se va a evaluar y calificar.
El rigor, en este sentido, debe ser máximo. No puede ser que un profesor acuda a una
sesión de evaluación sin tener clara la nota que le va a poner a un alumno,
como tampoco cambiarla de forma improvisada o esperar a ver qué dicen los
demás. No es ético, tampoco es
justo. El alumno ha hecho unos méritos a
lo largo de tres meses y nosotros hemos de ser suficientemente coherentes como
para poder evaluar cada una de sus actuaciones.
En este caso, lo mejor es valorar con exactitud cada elemento evaluable
con porcentajes en el global de la nota.
De este modo, los exámenes, el cuaderno, los trabajos, las tareas
diarias, la actitud y comportamiento, la asistencia a clase o la participación
tienen su valor y todo lo que se hace en clase tiene su correspondencia real
con lo que aparece en su boletín.
Normalmente, los chicos no hacen demasiado caso a lo que se les explica
en relación con los criterios de calificación.
Empiezan a preocuparse cuando se acerca el final de la evaluación y se
quedan enormemente sorprendidos cuando ven que tú, efectivamente, has cumplido
punto por punto con todo lo que dijiste.
Desde ese momento, ya saben a qué atenerse. La experiencia me demuestra que un sistema justo
hace a la gente más trabajadora.
En todo caso, hay que favorecer al alumno siempre que se
pueda. En caso de duda, hay que ser
generoso. El alumno lo agradecerá y
trabajará más en la siguiente evaluación para demostrar que la concesión que le
hiciste no fue en vano, sino que podía ser capaz de esforzarse y superarse. Me llama la atención que, cuando ellos ven
que tú has hecho todo lo que ha estado en tu mano, te digan cosas como “el
próximo examen te lo apruebo”. ¡Como si
yo fuera a quien le tuvieran que aprobar! Aprobarás el próximo examen, para ti, a mí no me
tienes que aprobar nada. Realmente,
ellos son mucho más equitativos que nosotros; por eso, nos quieren
corresponder.
Por último, hay que tener en cuenta la diversidad del
alumnado. No todos somos iguales, por el
contrario cada uno tenemos nuestros condicionamientos. Si alguien actúa siempre con corrección, no
podemos tomar una medida punitiva el día que nos falla. Seguramente haya algún argumento de peso
detrás. Si hablamos y tratamos de
averiguar qué pasaba, encontraremos el motivo y, por tanto, el castigo será
innecesario (no olvidemos que el castigo es un refuerzo negativo, y ante tal
caso no existe ningún tipo de refuerzo con un castigo y sí, en cambio con el
diálogo). Cuando el alumno tiende a
incumplir las normas o su actitud es más irregular, habrá que tomar medidas de
forma progresiva (un parte a la primera no resuelve nada, al contrario, agrava
el problema). Primero habrá que amonestar
verbalmente, después por escrito en su agenda, etc. En todo caso, hay alumnos a los que un parte
nunca les dice nada porque ya llevan varios acumulados en distintas
asignaturas. Para otros, en cambio, ante
una actitud menos grave pero persistente, un parte puede ser un acicate que
resuelva definitivamente el problema.
Ante estas actuaciones por nuestra parte, ganaremos mucho
en su concepto de nosotros y mejorará ampliamente su actitud. El día que las cosas salgan mal y haya que
actuar es posible que te digan: “hay que ver profe, qué justo eres”.
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