Comienza un nuevo año y, tras unas vacaciones que
permiten un descanso suficiente y un nuevo impulso en la tarea, toca
reinventarse de nuevo. Siempre he creído
que uno debe empezar a trabajar bastante antes del 8 de enero: hay que analizar
lo sucedido hasta el momento, hacer una valoración crítica a modo de
autoevaluación y continuar a partir de esta punto para tratar de alcanzar las
metas propuestas o redefinirlas en busca de nuevos logros, siempre en función
del nuevo punto de partida, no el de septiembre, sino el de enero.
Con
la mente mucho más despejada, es posible poner nuevas metas en nuestra tarea,
tratar de hacer cosas nuevas y, centrarnos, tanto dentro como fuera del aula,
en conseguir estímulos suficientes para alcanzar un destino acertado. Personalmente, afronto varios retos muy
vinculados con la labor profesional: una Tutoría para el Prácticum del Máster
de Profesores de Enseñanza Secundaria, una preparación de oposiciones para un opositor
que lo sabe casi todo, una colaboración didáctica con una entidad deportiva, la
tercera edición de una colaboración humanitaria con el Chad y el segundo
proyecto (el año pasado la lluvia nos obligó a suspenderlo) de nuestras “monografías
de aldea”. Y todo cuanto vaya
surgiendo.
Eso hace grande nuestra profesión: la posibilidad de
interpretar nuevos papeles con frecuencia.
Y, en todos los casos antes citados, tal como reflejó Jean Jaques
Rousseau, en su Emilio: ”Hay oficios tan nobles que no pueden ejercerse por
dinero, so pena de indignidad”.
Es momento de reinterpretar, de
aportar nuevos planteamientos, de reajustar las metodologías. A fin de cuentas, cada uno de nosotros es un
actor que interpreta su papel dentro del aula.
Pero, cada cierto tiempo, conviene cambiar el guion. Ahora ha llegado uno de esos momentos.