Corren
tiempos extraños en la educación, avanzamos hacia unja nueva legislación y
sabemos sin saber si esta vez modelo legal y realidad van a empezar a
entenderse. Por ahora, seguimos inmersos
en la lucha por defender los valores y los conocimientos básicos ante todo lo
que nos acecha, tanto más de la propia dinámica interna (obsesiva influencia
del inglés en nuestras aulas, falso desarrollo tecnológico con programas
desajustados a la realidad del aula y de los grupos de clase, recortes,
desorden administrativo, caos, desmotivación, etc.), como de los elementos
externos incontrolables (el aprendizaje no formal que adquieren los alumnos a
través de los diferentes medios tecnológicos y de los chascarrillos
callejeros). Vamos a centrarnos de forma
concreta en esa supuesta necesidad del dominio del inglés.
Las sociedades pueden considerarse
bilingües conforme a la capacidad que tengan para relacionarse en dos lenguas
diferentes los hablantes que la componen.
De este modo, la sociedad catalana es bilingüe porque su población
entiende, habla, lee y escribe tanto el catalán como el castellano, a la sazón
las dos lenguas cooficiales con que cuenta el territorio. De la misma manera, podemos considerar a las
sociedades nórdicas como bilingües, si no plenamente, sí de hecho en relación
con la mayoría de sus habitantes, que son capaces de realizar las cuatro
operaciones antes mencionadas en su lengua materna y en inglés. La diferencia con respecto al caso catalán es
que estos Estados no reconocen oficialmente el inglés como lengua oficial y,
por tanto, su uso no se exige al conjunto de su población.
La sociedad española, por mucho que
les pese a algunos, pero igual que la inglesa y la francesa, es monolingüe. Y el motivo es el mismo: se trata de países
con una gran entidad imperialista en un pasado que les llevó a difundir
enormemente su lengua, de forma que su potencia internacional es suficiente
como para no depender de lenguas extranjeras.
El problema español es que, a la larga, las lenguas se imponen conforme
a la fortaleza en las relaciones políticas internacionales de los Estados que
las hablan. Estados Unidos, Reino Unido y
Francia ocupan un lugar preeminente en la escena internacional, lo que lleva al
desarrollo de su lengua en los foros internacionales. El castellano no se utiliza en esos
encuentros y tampoco en las empresas multinacionales más importantes, de modo
que no es una lengua puntera en el mundo del trabajo, pero recordemos que es el
idioma hablado oficialmente en más países y con hablantes (debido a la
inmigración) en los lugares más insospechados del planeta. Entonces, ¿hemos de renunciar a nuestra
lengua y tender hacia un bilingüismo forzado solamente porque el castellano no
es competitivo en las relaciones laborales con carácter universal?
Me parece un pobre argumento. La tendencia al bilingüismo es buena
alternativa para cualquier individuo puesto que le abre puertas y le permite
comunicarse con más gente en diversos puntos del planeta. Habida cuenta de la enorme extensión de la
lengua inglesa, esa capacidad se multiplica.
Sin embargo, un individuo no es más ni menos por dominar dos lenguas y,
por supuesto, tiene un problema si el afán por alcanzar ese bilingüismo forzoso
le lleva a contraer retrasos en su lengua materna. Estas deficiencias pueden presentarse de dos
maneras:
<!--[if !supportLists]-->·
<!--[endif]-->En los niños, que tardan mucho más en aprender a
hablar, en mejorar su vocabulario y en asimilar estructuras sintácticas. El lenguaje es un elemento consustancial al
ser humano, el primero en cohesionar a los grupos allá por el Paleolítico
Superior. Este retraso en la maduración
del lenguaje puede conllevar en el niño otros retrasos de tipo cognitivo,
intelectual y motriz, que le costará años conseguir reeducar. El bilingüismo natural, aquel que existe
diariamente en la calle no ejercerá un retraso tan acusado porque ambos
lenguajes se asimilan sin dificultad. En
cambio, el bilingüismo forzoso actúa de manera antinatural sobre el
aprendizaje.
<!--[if !supportLists]-->·
<!--[endif]-->A lo largo de la vida son comunes las
confusiones sintácticas y gramaticales de todo tipo en las personas que manejan
más de una lengua. Cuando esas lenguas
van a ser utilizadas diariamente, bienvenidas sean esas desviaciones, pero
cuando tratamos de forzar la situación, lo más probable es que el individuo ni
sea plenamente bilingüe ni sea capaz de manejar con acierto su lengua materna.
Se tratará la cuestión de las
lenguas más adelante, pero por ahora planteo una conclusión: las lenguas forman
parte de la cultura de un territorio, y como tal debemos dejar que fluyan
libremente, sin imposiciones.
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